Los mapuches muriendo de hambre no lo hacen por mero capricho o afán de llamar la atención en
Su lucha es ahora no-violenta y el gobierno se queja; antes se les acusó de quemar camiones. También se quejaron. Estos mapuches en ayuno han elegido renunciar a su propia vida por conseguir aquello que creen merecer, sin balas ni tanquetas. Una verdadera lección de heroísmo en nuestro bicentenario, heredero de tanta sangre maldita. En cambio, se los acusa de seguir un camino “ilegítimo”, y se olvidan que es la misma senda que siguieron las mujeres en busca del sufragio en un EE.UU. en plena guerra mundial; el mismo de Gandhi en busca de
Hace 500 años, Don Alonso narró las gestas de estos luchadores incansables, admirado de su gallardía e inteligencia. Hace 200 años, los próceres de la independencia decidieron llamar “Lautaro” a la influyente logia donde se urdió el fundamento de lo que llamamos patria. En pleno bicentenario de la república, pocos, muy pocos, son quienes cantan estas hazañas y menos aún quienes buscan en ellos la inspiración para ser y actuar en sus vidas. Es todo lo contrario.
Chile ha cambiado. Si para mejor, aún no está claro. Ellos, en cambio, siguen igual: fieles a un estilo de vida que conservan mucho antes de que la palabra Chile fuera más que un aliño culinario. Con todo, cada vez que podemos, dejamos caer pesadamente el martillo del reproche mediático sobre ellos. Nos disgusta como son y actúan, esa manera tan peculiar que tienen de expresar su descontento, de ser tan así como son ellos, tan chúcaros, tan exagerados. Tan mapuches para sus cosas.
Lo decimos Nosotros, que luego de 200 años seguimos buscamos nuestra identidad tras sentimentalismos de solidaridad estacionales o clichés provincianos de egolatría, o violentas gestas militares del pasado, o prepotentes rascacielos del poder. Nosotros, que elegimos desconocer la lucha de estos seres auténticos, imponiendo nuestros términos para dialogar y deslegitimando sus causas antes de escucharlos. Nosotros, que elegimos callar y esconder este molesto grito de lucha, tal vez del puro miedo a despertar un día y darnos cuenta de que, después de 200 años, todavía no sabemos quien mierda somos. Nosotros, que castigamos a otros por nuestro propio pecado de desconocer quien somos.
Por: Edgardo Figueroa
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