Típico, tarde de verano en Curepto y yo aburrida, no es que siempre me aburra solo que me pasa en esos días de calor sofocante en donde todo te da lata. Continúo, resulta que deambulaba por la casa en busca de alguna cosa que me mantuviera entretenida, cuando de repente miré hacia el cuarto mas viejo de la casa y vi reposando una escalera tan larga que yo creo que llegaba al cielo, la tome y la lleve en dirección al patio de atrás, la puse en posición al techo y cuando me disponía a subir aparece mi hermano chico - ¿qué estás haciendo?- pregunta, -cosas de perros grandes en donde los enanos no están metidos- le conteste malhumorada, - yo ya soy muy grande y si no me dices que haces te acuso- fue lapidante su sentencia, no me quedo de otra que subir con él al techo. Ya arriba se veía casi todo el pueblo y mi hermano juraba que podía ver el mar, ahí estábamos de lo mejor cuando a los lejos comenzamos a oír unos maullidos, me paré para bajar pero fue cosa de hacer un poco de presión y me fui guarda abajo, casi morí, ok, tranquilos otra vez exagero, solo fueron un par de rasguños para mi buena suerte o mala porque me lleve un rosario de garabatos mas grande que el cielo, mi mami preocupada y muy alterada me retaba una y otra vez – ¿y si hubiera sido tu hermano?, ¿que miércale andabas haciendo en el techo?,-unos maullidos de gatito mami. Y ahí se le hablando el corazón - ¿y donde los escuchaste? – yo respondí esperanzada a que los rescatara- en el cuartucho de atrás. Y ahí partió mi madre con mi hermano chico a la cola.
De repente mi mami me dice que –sí, hay cinco pequeñitos que maúllan como locos pero no me quise acercar porque si la mamá gata se aparece tal vez no los querría al saber que otro los había tomado, los gatos son muy especiales, concluyo con voz experta.
Y toda la noche, pero toda la santa noche esos gatitos lloraban y lloraban, digo maullaban y maullaban, y, ¿si su mamá no los quiso o peor aún, fue envenenada y no volverá a alimentar a esos pobres cachorritos?, qué, ¿vamos a dejar que se mueran?, y así fue como mi mami junto a mi hermano los trajeron a todos les calentó lechita y con unas jeringas les dimos del vital alimento, efectivamente a la mamá gata la habían envenenado porque apareció muerta en el patio de la casa de mi tata, pobre señora gata. Así fue como nos hicimos de cinco gatitos maravillosos, sus nombres eran “oso”, “manchas”, “romanita”, “Juanito” y “conchito”, pero a este último no lo pudimos salvar del ataque de las hormigas, si amigos míos, la naturaleza es inteligente, y “conchito” no iba a resistir y bueno para que seguir con detalles tristes. Ese día le hicimos el funeral correspondiente, lo pusimos en una caja de zapatos y lo enterramos al fondo del patio. Pero el resto de la manada la trajimos a Talca cuando tuvimos que volver a la realidad de los estudios y con mi hermano nos encargamos de cuidarlos como si fuéramos sus madres. Sí, a altas horas de la madrugada nos levantábamos porque algunos de los mininos había escalado hasta alguna de las camas y nos dejaba un desagradable regalito de “pichi y cacú” de gatito bebe, o a calentar la leche para alimentarlos, en fin todo lo que una madre dedicada hace por su hijo, nosotros lo hacíamos multiplicado por cuatro.
Fue una época muy linda, debo decirlo, hasta que las niñas comenzaron con eso de ser madres, y ahí comenzó el delirio, mi mami dijo – basta de gatos, les voy a conseguir un hogar con más espacio para que estén bien y sean felices- y no hubo aceptación de réplicas.
Así se dio inicio a la repartija de gatos hasta que la “mancha y romita” encontraron una casa con montón de espacio en donde las querrían mucho. Al tiempo “Juanito” desapareció, quien sabe dónde estará, ese gato era bastante especial, debo decirlo, un tanto misterioso, quizás encontró un harem de gatitas y ahora es dueño de un pub nocturno para gatos, quien sabe. Y por último nos quedamos con “oso” o como le digo ahora “Don oso” o “chinito”, porque cada vez que lo llamo llega maúlla y entrecierra sus ojos como un chinito.
Por: Yaz Valenzuela
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