Aquellos "nobles conquistadores", cuyo objetivo era "educar y cristianizar", no dudaron en llegar a territorio ajeno y exterminar, robar, violar, torturar y esclavizar a los aborígenes. Fue una invasión que pretendía arrasar con todo: casas, cultura, religión, dignidad, etcétera, violando a las mujeres, esclavizando a los hombres, matando inocentes y torturando a los "rebeldes" que defendían lo que les pertenecía.
La historia no es tan bonita como la cuentan en los libros. Muchos me dicen que si no hubiesen llegado los españoles, todavía viviríamos en la prehistoria. Yo apuesto que los pueblos prehispánicos eran más felices antes de la llegada de Cristóbal Colón. Señores, si el progreso conlleva muerte, dolor y destrucción, yo prefiero vivir en la prehistoria.
Hoy en día, la cosa no ha cambiado mucho. Tal como dice la gran Violeta Parra, “ya no son los españoles los que les hacen llorar; hoy son los propios chilenos los que les quitan su pan”. La discriminación, el abuso de poder, la represión, la pobreza, el exterminio indirecto, el colonialismo encubierto, la expropiación y el destierro son pan de cada día para los pueblos originarios. Junto con ello, los organismos del Estado han llegado al punto de matar a sangre fría, tal como lo hicieron los conquistadores, con el fin de aplacar las ansias de justicia de los aborígenes que siguen luchando por lo que les corresponde. Realmente da pena y vergüenza ver a niños gritando aterrorizados cuando observan que a lo lejos se acerca un carro policial, idéntico a los que en ocasiones anteriores han llenado de balazos sus casas o se han llevado a sus familiares.
Chile es uno de los pocos países que ni siquiera reconoce en su Constitución la existencia de pueblos indígenas y recién el año pasado ratificó el Convenio 169 de la Organización Internacional del Trabajo, aunque en la práctica no sirve de mucho debido a las maniobras políticas que protegen los intereses económicos de grandes empresarios. Asimismo, las propuestas para el reconocimiento constitucional buscan limitar aún más los derechos históricos de los pueblos ancestrales, descartando, además, cualquier opción de que tengan su propia institucionalidad.
Es irrisoria la incongruencia de este país, en cuyas escuelas se destaca con grandes loas la resistencia indígena frente a los conquistadores españoles, pero que oprime, invade, engaña y tortura sin compasión a sus descendientes que no quieren ceder ante el omnipresente poder político y económico que busca apoderarse tierras, aguas y todo lo que venga.
A 518 años del fatídico “descubrimiento de América” (que, dicho sea de paso, al llamarlo así ya estamos cayendo en el eurocentrismo, debido a que este continente ya había sido “descubierto” por quienes habitaban aquí), podemos decir que los pueblos indígenas resistieron, resisten y seguirán resistiendo hasta la muerte...
Por Víctor Parra.
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