Tengo claro que mi voto no modificará las cosas. Tengo claro que
lo único que hacemos es elegir entre un par de opciones impuestas tras
reuniones entre cuatro paredes. Tengo claro que eso no es una real participación
ciudadana. Y, por supuesto, tengo claro que mi voto no cambiará la vida de
millones de chilenos que claman por una situación más digna, con mayores
oportunidades y menos injusticias e inequidades. Sin duda, lo que se necesita
es romper las estructuras actuales y generar nuevas conciencias.
Sin embargo, en estos momentos las decisiones las toman las
autoridades y los espacios de participación ciudadana que
existen son casi nulos. Teniendo en cuenta este contexto, creo que a través de las urnas
podemos dar pequeños pasos hacia adelante. Así como también podemos dar grandes
pasos hacia atrás.
No es lo mismo alguien que está a favor del matrimonio
homosexual que alguien que lo rechaza tajantemente. No es lo mismo alguien que quiera subirle los impuestos a las utilidades de las grandes empresas
que alguien que apoye el negociado de éstas. No es lo mismo alguien que luche
por la nacionalización y renacionalización de los recursos naturales que
alguien que quiera explotarlos sin medida en pos de beneficios inmediatos. Y puedo
seguir con la lista infinitamente.
Lamentablemente, lo único que vemos en las campañas son
caras sonrientes... apestosas, pero sonrientes. Las pocas propuestas que
existen casi siempre hablan de puras generalidades: “quiero una familia feliz”,
“quiero menos delincuencia”, “quiero una ciudad más justa y menos contaminada”,
etcétera. ¿Me están hueveando? ¿Acaso existe alguien que no quiera esas cosas?
No me vengan con cuentos, lo que yo busco es saber cómo diablos van a conseguir
esos objetivos y qué medidas tomarán durante su gestión para lograrlos. De eso,
poco y nada vemos.
Por esta razón, y pese a que apenas cumplí 18 años me
inscribí en los registros electorales, la gran mayoría de las veces me he visto
en la obligación de anular. Algunos pensarán que me estoy contradiciendo, pero
no es así. Si bien mi argumentación se basa en apostar al mal menor con el fin
de dar pequeños pasos hacia adelante, yo tampoco regalo tan fácil mi voto y al
menos exijo que me den propuestas concretas que me hagan creer que vamos en esa
dirección.
Muchos detractores del actual sistema llaman a no votar. Lo entiendo totalmente, pero no lo
comparto. Creo que si nadie nos identifica, el mejor camino es anular, porque a
la hora de los análisis, la abstención tendrá mil explicaciones: flojera, pasividad,
descontento, que estuvo mal que el voto fuese voluntario, que las personas son
poco participativas, que prefieren salir de vacaciones, que no existe
conciencia cívica, etcétera. Además, servirá de argumento para no permitir
plebiscitos, referéndums y cualquier otra fórmula similar.
En cambio, si anulamos el voto, estamos manifestando que sí
nos interesa expresarnos, que sí nos interesa hacer sentir nuestra voz, que sí
nos interesa participar de la toma de decisiones y que sí nos interesa la
política, pero que en realidad nadie nos representa. En pocas palabras, el voto
nulo es claramente una muestra de descontento. No existe otro análisis.
¿Qué pasaría si, pese a que el voto es voluntario, fuésemos
en masa a las urnas y la gran mayoría de los votos fuesen nulos? ¿Se imaginan
ustedes el impacto que eso generaría? Ahí sí que les temblaría el piso. Al menos
en términos de imagen. Y la verdad es que yo quiero que se escuche con fuerza mi
enorme repudio a la clase política actual y que no se confunda mi opción con
otras explicaciones. Por eso YO SÍ VOTO... ¡PERO NULO!
Por Víctor Parra.
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