El fútbol no se vende coreamos decenas de entusiastas en el Paseo Ahumada el día de ayer, viernes 4 de noviembre, a tan solo horas de conocerse el nuevo presidente de la ANFP.
No se vende, cantabamos un grupo de ilusos, olvidando por unas cuantas horas de pasión algo que a todas luces es un hecho: si una cosa se vende en Chile es el fútbol.
Se vende los jugadores, se vende las entradas, se vende la señal, se vende la camiseta... todo. El fútbol es un gran negocio, donde quienes toman las decisiones no es ni la hinchada, ni los espectadores, ni los políticos, ni los medios de comunicación; son los dueños, quienes compran los clubes, quienes poseen las acciones de las sociedades anónimas. Que un presidente de la república sea al mismo tiempo representante de los cuidadanos y dueño de un club es tan solo una coincidencia sin mayor importancia. Porque nuestra injerencia sobre quien elegimos es en lo político, no en lo económico. Nuestra es la banda que cruza sobre su pecho, no lo que guarda en sus bolsillos. Sebastián Piñera es presidente de todos los chilenos, pero como dueño de algo solo responde frente a sí mismo y quienes comparten la propiedad de ese algo, no frente al clamor de las personas o sus deseos. El fútbol no es una democracia, salvo para quienes tienen el suficiente dinero para decidir su destino.
Que se diga que los hinchas pagan las entradas y, por ende, pagan el sueldo de los empresarios, suena bien, pero también también los fieles de la parroquia pagan el sueldo del cura y sus opiniones poco pesan a la hora de tomar decisiones. También los telespectadores pagan el sueldo de los grandes ejecutivos de los canales, de los millonarios rostros televisivos, de los periodistas y hasta tramoyas, pero, ¿eligen algo, tienen injerencia en las decisiones? No, al menos no directa; al menos no relevante. Participamos de un estado democrático inserto en una sociedad no democrática, donde, sin contar las elecciones políticas, todo funciona sin democracia.
El fútbol sí se vende, y al mejor postor. Pero el hincha no, porque sigue creyendo que su pasión es ajena a la contaminación del lucro desatado, del peso de la billetera. Y tiene razón: poca culpa le cae en todo lo que ignora. El hincha sólo sabe que le duele una pena, la pena de ver extinguirse una luz en medio de tanta sombra. La pena de perder dos hombres, dos líderes, que no transaron en sus convicciones para agradar a los poderosos. Dos formas de ver la vida aplicadas al fútbol, que contaban con el respaldo de la mayoría del país. Pero, claro, todo es perfectamente entendible, esto no es democracia, es fútbol.
No se vende, cantabamos un grupo de ilusos, olvidando por unas cuantas horas de pasión algo que a todas luces es un hecho: si una cosa se vende en Chile es el fútbol.
Se vende los jugadores, se vende las entradas, se vende la señal, se vende la camiseta... todo. El fútbol es un gran negocio, donde quienes toman las decisiones no es ni la hinchada, ni los espectadores, ni los políticos, ni los medios de comunicación; son los dueños, quienes compran los clubes, quienes poseen las acciones de las sociedades anónimas. Que un presidente de la república sea al mismo tiempo representante de los cuidadanos y dueño de un club es tan solo una coincidencia sin mayor importancia. Porque nuestra injerencia sobre quien elegimos es en lo político, no en lo económico. Nuestra es la banda que cruza sobre su pecho, no lo que guarda en sus bolsillos. Sebastián Piñera es presidente de todos los chilenos, pero como dueño de algo solo responde frente a sí mismo y quienes comparten la propiedad de ese algo, no frente al clamor de las personas o sus deseos. El fútbol no es una democracia, salvo para quienes tienen el suficiente dinero para decidir su destino.
Que se diga que los hinchas pagan las entradas y, por ende, pagan el sueldo de los empresarios, suena bien, pero también también los fieles de la parroquia pagan el sueldo del cura y sus opiniones poco pesan a la hora de tomar decisiones. También los telespectadores pagan el sueldo de los grandes ejecutivos de los canales, de los millonarios rostros televisivos, de los periodistas y hasta tramoyas, pero, ¿eligen algo, tienen injerencia en las decisiones? No, al menos no directa; al menos no relevante. Participamos de un estado democrático inserto en una sociedad no democrática, donde, sin contar las elecciones políticas, todo funciona sin democracia.
El fútbol sí se vende, y al mejor postor. Pero el hincha no, porque sigue creyendo que su pasión es ajena a la contaminación del lucro desatado, del peso de la billetera. Y tiene razón: poca culpa le cae en todo lo que ignora. El hincha sólo sabe que le duele una pena, la pena de ver extinguirse una luz en medio de tanta sombra. La pena de perder dos hombres, dos líderes, que no transaron en sus convicciones para agradar a los poderosos. Dos formas de ver la vida aplicadas al fútbol, que contaban con el respaldo de la mayoría del país. Pero, claro, todo es perfectamente entendible, esto no es democracia, es fútbol.
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