“Te empezai a mirar al espejo, te encontrai un rollo aquí y te encontrai un rollo allá, y empezai a hacer miles de dietas y ejercicios, y llega el momento en que se te va de las manos y queri parar, pero ya no podi”, relata entre lágrimas.
No pude dejar de conmoverme el lunes pasado cuando vi esta noticia en Chilevisión. Sé que hay muchos casos similares y, por lo mismo, creí necesario escribir sobre este tema. Más aún considerando que existen varias aristas a tratar.
De partida, está el maldito modelo de belleza que nos propagan a través de la televisión, las revistas y los panfletos publicitarios, donde aparecen puras jovencitas flacas, casi raquíticas, como ejemplos a los cuales tenemos que admirar o imitar. Si incluso para encontrar trabajo o comprar ropa es necesario adelgazar hoy en día…
Enfermedades como la anorexia son provocadas por la sociedad en que vivimos. Éste es un tema ampliamente abordado, pero, como en todo orden de cosas, no basta con hablar, sino que hay que empezar a actuar diferente, partiendo por no discriminar en nuestra vida diaria.
No obstante, la súplica de Yessenia va por otro lado. Ella tiene un problema. Grave, por cierto. Fatal, diría yo. Sin embargo, el Estado, aquél que “está al servicio de la persona humana” y debe “dar protección a la población y a la familia” según el artículo 1 de la Constitución, no ayuda en nada.
Los médicos, profesionales supuestamente al servicio de la salud de las personas, sólo piensan en el dinero y tienen cero vocación: los privados no la atienden porque ella no tiene plata suficiente para pagar, mientras que en los hospitales públicos ha sido rechazada varias veces.
“Voy a los servicios de urgencia y me pueden ver y volver a ver y no me hacen nada. O sea, más allá de mirarme, nada…”, explica Yessenia con impotencia. Ella debiera estar al menos cuatro o cinco meses internada para comenzar a tener una recuperación, pero sólo clama por un mínimo de ayuda.
“Ni siquiera les estoy pidiendo en estos momentos que me hospitalicen. Lo único que estoy pidiendo es que por lo menos me pongan un bendito suero, porque mi organismo ya no puede trabajar así”, agrega con angustia esta pobre adolescente, que afirma que “el dolor que siento, el dolor que puede sentir la familia, no se lo doy a nadie”.
Yessenia se está muriendo en vida y es culpa nuestra…
Por Víctor Parra.
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