Bielsa dijo adiós, todos lo escuchamos. Durante 25 minutos expuso las razones de su partida, aludiendo principalmente a la falta de confianza hacia la administración del fútbol. Como hablar en nombre de otros resulta de tan mal gusto, esta carta es personal. Se trata de mi visión sobre el trabajo y la partida del técnico rosarino. Desde un comienzo la apuesta fue audaz: contratar a un entrenador de talla mundial para hacerse cargo de una selección de fútbol alicaída, sin rumbo, llena de "etapas", "episodios", "eras", pero sin identidad clara en el tiempo.
Sobre todo, una selección que vuelve a la palestra mundial en las eliminatorias para Francia 98 cargando la pesada mochila de glorias pasadas y tras un largo y bien merecido castigo.
La misma audacia en la elección del técnico comenzó a mostrarse en la cancha. En este punto me permito recurrir a la analogía del comportamiento humano en relación al fútbol. Es muy difícil que una persona deje de ser quien es y dé paso a alguien nuevo; eso lo saben quienes por diversas razones aspiran a realizar cambios en sus vidas. Naturalmente, los cambios más difíciles ocurren cuando se apunta a mejorar lo que ya existe. Para empeorarlo, no hace falta mayor empeño. Cambiar -digo - no es fácil. Ya lo saben alcohólicos, drogadictos o fumadores, por nombrar situaciones de personas con una gran necesidad de enmendar su comportamiento y alcanzar un cambio radical en sus vidas. Pensemos en el alcohólico, para quien la trascendencia de sus logros es tal, que su misma vida está en juego; razón por la cual debe poner toda su voluntad, inteligencia y fuerza para lograr sus objetivos. De ser así, sabrá acudir a la ayuda de especialistas, como ocurre en Alcohólicos Anónimos, donde un equipo de personas se encarga de instruir en cada detalle de sus vidas a quienes quieren escapar del flagelo de sus vicios.
Pues bien, la selección chilena tuvo un cambio en su forma de plantarse en la cancha, de entrenar, de relacionarse con los medios: de ser una selección deportiva. Ese cambio no ocurrió ni de manera gratuita ni esporádica. Fue un cambio dirigido por un gran equipo de especialistas y encabezado por un líder que, según sus propias palabras, era un experto en fracasos. Nada más ad hoc. Lo que ocurrió desde que Marcelo Bielsa tomó el mando de la selección adulta de fútbol hasta su renuncia el viernes 5 de febrero, 3 años y medio después, fue la crónica del cambio profundo de un equipo, registrado, documentado y comentado tan extensamente que no vale la pena repetir aquí.
Sí vale la pena resaltar la figura del líder de todo este proceso, Marcelo Bielsa, quien repite que su ámbito de trabajo es exclusivamente el del deporte, intentando desmarcarse de la serie de implicancias que su labor ha tenido en nuestro país, mucho más allá de lo deportivo. Sin embargo, sabemos que toda actividad humana excede los límites de su ámbito. Así, podríamos decir que la actuación es una actividad restringida a la representación de un personaje mediante movimientos, gestos, diálogos o emociones. Pero claramente esta noble actividad no se queda sólo allí: en el mejor de los casos, una actuación excepcional puede llegar a salpicar con su mensaje o esencia a la sociedad entera. Bien lo supo Chaplin, quien, luego de presentar en sociedad uno de sus mayores logros como director y actor ("El Gran Dictador"), recibió a cambio una avalancha de críticas que lo llevaron finalmente a ser expulsado de EE.UU, su lugar de residencia en aquel entonces. En aquella época, las críticas de sus feroces detractores no apuntaban precisamente al ámbito de la actuación.
Bielsa también ha sido deportado, en este caso por decisión propia, por no tener otra escapatoria. Su incondicionalidad lo exigía así. O era todo, o era nada, un proyecto sin grises, donde la más mínima duda era capaz de derrumbar todo el edificio a medio construir. Una necesidad confianza total y desmedida, proporcional a los desmedidos y totales logros ambicionados.
La última conferencia de prensa de Bielsa no tuvo nada de nuevo. Se trató del mismo análisis riguroso, exigente, exhaustivo y descarnado que suele aplicar (y aplicarse) al final de cada partido, poniendo todo sobre la mesa: responsabilidades, cobardías, aciertos, culpas, glorias, vergüenzas. Nada nuevo, sólo que esta vez los jugadores eran otros. Se trataba de los grandes monarcas del fútbol, sobre quienes echó a andar la arrolladora maquinaria de su lógica deportiva. Una lógica fundada en principios que, en sus palabras, están sobre todo, incluso sobre el éxito. Porque a la larga, quienes se atengan a esos principios tarde o temprano triunfarán.
Es el todo o nada que lleva a la Gloria, que desconcierta a los cobardes y compromete a los valientes. Fue el todo o nada que le robó la salud a Dittborn, el gran dirigente del fútbol que comprometió todo para el éxito del mundial del 62. Fue el todo o nada de Mc Nicolls, quien puso su reputación y futuro laboral en juego en pos del sueño de un fútbol mejor, y también más justo. Fue el todo de unos cuantos y el nada de unos muchos. Fue el cariño y la gratitud de un pueblo, orgulloso de una selección que corría en busca del todo.
Fue el triste final, como sucede siempre con las historias más lindas. La vieja historia de sueños populares ahogados por el poder. Los mismos sueños que tarde o temprano renacen y se vuelven leyenda. Leyendas cuyas hazañas quedan escritas allí donde la pluma de la historia oficial no alcanza a manchar: el corazón de un pueblo.
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