“¿Por qué callamos las mujeres?... Muchas veces callamos
porque así se nos enseñó y así se le enseñó a nuestras madres, quienes
aprendieron de nuestras abuelas, las señoritas deben callar y si nos atrevemos
a reclamar, a pedir, a patalear, pasamos de Damas a Histéricas.
Me di cuenta de que lo más fácil para entender nuestros
silencios, nuevamente era culparnos a nosotras mismas, a nuestras madres y a
nuestras abuelas con sus enseñanzas, pero al leer el libro, vi la injusticia
que estaba cometiendo, la culpa no es de ellas, ni de nosotras, ¡la culpa es de
todos!
Y es de todos porque aceptamos este modelo patriarcal
impuesto y casi naturalizándolo, nos negamos a revelarnos ante él. Uno de los
relatos nos habla del Modelo de belleza impuesto, donde todas debemos
parecernos a ese modelo: altas, flacas, jóvenes, pechugonas, con hermoso pelo,
sin arrugas. Y nosotras nos creemos este modelo y nuestro baño se llena de
productos para el pelo, cada vez que comemos chocolate es con culpa, el sostén
push up se vuelve un aliado, los tacos son cada vez más altos, las cremas para
las arrugas deben ser de día y de noche, “porque para ser bellas hay que ver
estrellas” y todo esto disfrazado como “salud”. Y si es tan sano, ¿por qué no
se le impone a los hombres igual sentido de lo que es la salud?
También callamos por miedo, por vergüenza, nos golpean, nos
violan, nos abusan, disponen de nuestros cuerpos, pero la vergüenza la sentimos
nosotras y simplemente callamos. ¿Y cómo no hacerlo si todo lo que nos rodea
nos empuja a eso? Es como si la sociedad toda no quisiera ver lo que nos pasa y
hacernos callar fuera la mejor venda puesta en los ojos para simular que nada
ha pasado.
Si una mujer es agredida por su pareja, nosotros la queremos
víctima, ¡bien víctima de los abusos!, minimizada, queremos que su sufrimiento
se note, sólo ahí pensamos que necesita ayuda. Pero si ella pide ayuda antes,
si se defiende al primer golpe, si trata de parar la violencia, nosotros la
catalogamos de violencia cruzada. Peor aún, si ella dice que lo ama,
simplemente nos sentimos con el derecho a decir “si ella se mantiene ahí, es
porque le gusta la situación”. ¿Cómo no callar si cuando quiere hablar,
nosotros hablamos por ella?
Este año llevamos 31 mujeres asesinadas por hombres por el
sólo hecho de ser mujeres, casi 600 en los últimos 10 años, sin embargo poco y
nada decimos al respecto, ¿pero qué pasaría si fuera al revés? ¿si dijéramos
que son 600 hombres los asesinados por mujeres y que los asesinaron sólo por
ser hombres? Es muy probable que ya estaríamos preguntándonos: “¿Qué les pasa a
las mujeres que están asesinando? ¡Nuestra sociedad se está volviendo loca!”.
Sin embargo, cuando las asesinadas son mujeres, nosotros callamos.
Otras veces, aunque las mujeres griten, nosotros nos ponemos
sordos. Es el caso de las mujeres lesbianas, completamente invisibilizadas,
borradas, anuladas. Valeska Salazar, la niña sobreviviente, que fue golpeada
con la intención de asesinarla por ser lesbiana… Una entrevista en la
televisión y nunca más se supo de su caso. No se pide justicia, no hay
Ministros ni Presidente de la República apoyándola y emplazando a los jueces a
hacer bien su pega. Es lesbiana, nuestra sociedad patriarcal se niega, se
ensordece, las anula, las invisibiliza, es mejor simular que no existen, aunque
ellas nos griten a diario que están acá.
Uno de los relatos que me sobrecogió fue el de las mujeres
abusadas sexualmente como método de tortura en el régimen militar. Creo que ese
relato encierra muchos motivos de por qué callamos las mujeres. Allí se lee el
miedo, pero además la valentía. Si callamos y protegemos a los nuestros, somos
valientes y a las mujeres se nos impone ser valientes, (realidad conocida por
esta región, ¿no fuimos las mujeres las invitadas a reconstruir después del
terremoto? ¿no salían los comerciales diciendo que nosotras debíamos tener la
fuerza y la valentía para parar nuestro país que estaba en el suelo?) Y esa
valentía impuesta nos obliga nuevamente a acallar y a silenciar nuestros
miedos. Pero además se siente vergüenza, vergüenza del ultraje al que fueron
sometidos los cuerpos. ¿Cómo contar todo lo que hicieron a esos cuerpos
desnudos y con ojos vendados? Miedo, vergüenza, valentía impuesta, y sumamos a
eso que cuando al fin las palabras pueden comenzar a salir, nosotros no queremos
escuchar... No me cuentes eso; calla que me daña saber lo que te pasó... mejor
no pensemos en esas cosas, borrón y cuenta nueva que la vida continúa...
Actualmente nos hemos enterado del abuso sexual que cometen
los Carabineros contra las estudiantes en toma, los agarrones, las tocaciones y
ahora las obligan a desnudarse completamente para revisarlas, no respetan ni el
periodo menstrual. Ellas dentro de los cuarteles intentan defenderse, reclaman
y las golpean más. Estas niñas me traen de vuelta la esperanza, porque ellas ya
no callan, porque los años de lucha del movimiento de mujeres les ha enseñado
que nuestros cuerpos nos pertenecen, que nadie tiene derecho a hacerle nada que
nosotras no queramos y ellas lo están gritando, nos están poniendo un espejo
como sociedad y nos están mostrando y gritando lo que no queremos ver ni
escuchar, se están revelando a los siglos de silencios impuestos.
¿Por qué callamos las mujeres si nacemos gritando? El libro
es una doble invitación: primero, a escuchar… Nos cuesta tanto escuchar,
dejemos de taparnos los oídos y aprendamos a escuchar; y, segundo, a no callar,
a hablar, a reclamar, a patalear aunque nos traten de histéricas… Basta ya de
soportar. Y si agreden a una, ¡gritemos todas!”
Discurso realizado el año pasado por Lorena Astudillo, coordinadora nacional de la
Red Chilena contra la Violencia hacia las Mujeres, en el marco del lanzamiento
del libro “Mujeres y Violencia: Silencios y Resistencias”, que recopila
testimonios que dan cuenta de las diferentes formas de violencia hacia las mujeres.
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