Chile en 1983 era un país más bien apagado. De cultura pop local había poco y nada. La música era llevada por el intelectual Canto Nuevo, que en su búsqueda por el preciosismo y letras con reiteradas metáforas no lograban mover a la juventud de esos años. El rock y el pop dormían en los laureles, nada parecía poder cambiar ese panorama de inercia intelectual, menos frente a la censura que provenía de los militares.
Bajo este clima, un joven de San Miguel cambiaría la historia de la música popular chilena para siempre. Jorge Humberto González Ríos junto a Claudio Narea y Miguel Tapia encontrarían en las canciones la forma de expresar su desencanto frente al sistema neoliberal que tomaba el país o el inconformismo de estar a la cola de Estados Unidos. “La voz de los ochenta” (1984), el primer cassette de Los Prisioneros, es hoy una obra cumbre del rock nacional, tanto por su lírica, como por su inspiradas melodías influenciadas por el grupo británico The Clasch.
Jorge González, autor de todas las canciones del disco debut, salvo “Quien mató a Marylin” que comparte con Tapia, se vislumbra como el compositor más lúcido, crítico y vanguardista de los 80 y 90. Hay algo de acides en la letra de “Sexo”, una descripción casi periodística en “Latinoamérica es un pueblo al sur de Estados Unidos” o la lectura psicoanalítica a “Ella tiene mentalidad televisiva”. No hay dobles discursos, ni metáforas. El primer cassete del trío de San Miguel es una pieza insigne del rock chileno. Da inicio a otra época. A la música, como un fenómeno popular tarareable, dentro de un país con tonos grises.
Sin radiodifusión.
Es curioso. “La voz de los ochenta” no fue un éxito radial en el momento de su lanzamiento. González recuerda que las radios no le dieron mucha atención al disco. Sin embargo, el cassette se pasó de mano en mano y poco a poco sus letras fueron identificando a muchos jóvenes chilenos, que vieron en la imagen de González y compañía un renacer rebelde con actitud. Ganas de gritar el inconformismo al mundo. Ojo, pero el detalle diferenciador, está en que todo iba amparado en melodías pop. Canciones pegajosas, bien estructuradas. Si Los Prisioneros sólo hubiesen importado por sus letras, Quilapayun y Violeta Parra tenían el trono ocupado desde antes. A su vez había un espíritu de ser chilenos y no argentinos, esto frente a la invasión de grupos como Soda Stereo o Enanitos Verdes.
En plena época de la crisis económica, Jorge González tomó una foto del momento. “Muevan las industrias” es la canción que abre el segundo disco de Los Prisioneros, llamado “Pateando Piedras” (1986). González afina su pluma. Sigue siendo un testigo de su entorno. Es más, en “las industrias” graba sonidos urbanos como los producidos por un balón de gas. En el himno de todas las generaciones, “El baile de los que sobran” aparece el sonido de un perro. Ese que ladra todas las noches en los barrios pobres y ricos de Chile. Ese que ve a pasar a los estudiantes y cesantes, los mismos que González narra en la historia de la canción que varios años más tarde la revolución pinguina tomaría como himno.
¿Cómo puede un compositor hacer una canción en 1985 e identificar a los jóvenes en el 2006? Esa respuesta la podría dar Jhon Lennon o Charly Garcia. González con su pluma y acordes traspasa el alma de las generaciones chilenas. En cada niño que nace, una melodía de Los Prisioneros va a quedar guardada. Pareciera una sentencia a la eternidad. De alguna forma lo es, porque el trío, ese que un día compuso canciones en el patio del liceo número 6 Andrés Bello es parte del inconciente colectivo de nuestro país.
La pluma y melodías de González, con sólo dos discos editados, se habían transformado en himnos generacionales. En cánticos del barrio, como esos de las barras en los estadios. Así el coro de “Quieren dinero” se le cantaba al amigo interesado en la plata, el jefe que no subía los suelos, a los empresarios. No había distinción de clases, Jorge González era un intelectual en los círculos universitarios, y en los arrabales era un ídolo, como esos futbolistas que hacen un gol histórico y ocupan un lugar en las paredes de cada casa.
Camaleón.
González siempre fue camaleónico. Lo que en algún minuto le atraía, al siguiente le aburría. Rápidamente la fórmula guitarra, bajo y batería de los inicios le pareció muy limitada. Lo suyo eran las maquinas y a buena hora. Cuando conjuntos, que la prensa ha denominado de vanguardia como Soda Stereo, ni pensaban en secuenciar una batería, González yo lo había hecho. Era su instinto de llevar sus acordes a otras latitudes. Pocos saben que las percusiones de Pateando Piedras son programadas, Miguel Tapia no toca. Lo que para otro músico hubiese sido un disparate, para González era evolución, atreverse a cosas nuevas, no quedarse pegados en una formula. Sólo los grandes han logrado reinventarse y salir airoso. ¿Ejemplos? The Beatles, Pink Floyd o el rock de avanzada de Led Zeppellin en la canción “ When the Levee Breaksen” perteneciente a su cuarto disco homónimo de 1971.
Para el tercer disco de Los Prisioneros la banda ya tenia reconocimiento por parte del público y mayor aún en países como Perú, Colombia y Bolivia. González llevó el nombre de Chile en los 80 por diversos lugares del cono sur. En algunos con más éxito que los propios argentinos, como en caso del Colombia. La prensa de esos años por línea editorial no hablaba de los éxitos del trío en el extranjero, asunto que pasa incluso hasta, por ejemplo, pocos medios hablan del prestigio de González en Europa como músico electrónico. Por lo mismo el disco “La cultura de la basura” (1987) es hecho con rabia contra la prensa chilena, los empresarios, los críticos. Es el álbum más directo de Los Prisioneros con canciones como “Usted y su ambición” o “Jugar a la guerra” dedicado a ciertos personajes chilenos ligados a Augusto Pinochet.
González en 1987 se enfrentó cara a cara con la censura. Su público favoritismo al “No” le pasó la cuenta. Se le negaron gimnasios, el tercer disco no sonó casi nada. Ese mismo silencio impuesto a Los Prisioneros sería un presagio. Se venía un quiebre en el alma de Jorge González. Un viaje a lo más profundo de su ser.
Introspección.
Si alguien dijo alguna vez que González sólo serviría para hacer canciones ácidas contra el sistema, se equivocó rotundamente. 1989 encuentra al compositor destruido y la vez enamorado. Las temáticas sociales ya no lo conmovían. Realiza un viaje interior, en búsqueda de respuestas al vació del alma. Quiere descubrir porque se sufre tanto en el amor. Un autocuestionamiento a la sangre misma. Todo eso quedó registrado en “Corazones” el disco más elevado de Los Prisioneros, pero alejado totalmente de “ La voz de los ochenta”.
González crea una obra tecno inspirada en el acid house. Se tortura en silencio. Saca las mejores citas amorosas desde Los Ángeles Negros en “Estrechez de corazón”. Hace una retrospectiva a la infancia en “Tren al sur”. “Es el maldito amor, le gusta reirse, reirse en tu cara” sentencia el músico hacia los pasajes finales del disco. Ahora el sentimiento popular no pasa por una revolución social. Caen los paradigmas sociales y el muro de Berlín. Es en ese instante de derrumbes, es que González toca a los chilenos con un problema aún más complicado y retorcido que el mismo sistema “sufrir por amor”. 90 mil copias avalan el sentimiento de identificación que hubo con esos pasajes de lujuria, amor, angustias, desenfreno. Corazones podría ser “La voz de los 90” .
El futuro no se fue
La separación de Los Prisioneros en 1991 coincide con los cambios de aires en Chile y Jorge González. La escena musical comienza recién a salir de un receso. Asomaban “Los Tres”, “De Kiruza” y “La Ley” daba en el clavo con el single “Doble Opuesto”. González ahora convertido en solista firma un contrato millonario con EMI por seis discos. La firma es la apuesta más grande que ha hecho un sello internacional por un cantante chileno. El compositor graba en New York con músicos de sesión y producidos por Gustavo Santolalla y Aníbal Keprel, destacado músicos Argentinos.
El disco suena impecable. Hay fineza en los arreglos de violines. La voz suena en su mejor forma. Canciones redondas, frescas, nostálgicas. González se vuelve a reinventar bajo los cimientos de su anterior trabajo “Corazones”. “Mi casa en un árbol “es un hit. Una canción amable, sin nada de acides como en Los Prisioneros. “Fé” muestra nuevamente que González componiendo baladas no tiene nada que envidiarle a Franco Simonne. Sin embargo los fans le pasan la cuenta. No calza la imagen del rockero de San Miguel revolucionario con el González casi hippiento que graba en New York y le canta al amor.
¿Acaso Jorge González firmó con sangre que siempre hablaría de temas sociales? ¿Es una obligación ética que si un músico nace de una forma, debe seguir en lo mismo? No. Lo del san miguelino es más congruente de lo que parece. Recordemos que “Pateando Piedras” no tiene nada que ver con “La voz de los 80” ni con “Corazones”. Entonces era lógico que el compositor diera un vuelco como solista. Si alguien esperaba que hiciera un disco como en los 80 es que no conoce realmente a González. El ex prisionero jamás ha apostado por hacer el mismo trabajo dos veces. Siempre busca el riesgo antes que la comodidad o las buenas ventas. Es más, hoy el debut solista del cantante suena mucho más profundo y certero que varios discos de esa época. La mirada en perspectiva le ha dado la razón a González.
La lógica gonzaliana se vuelve a repetir. Al autor de “Tren al sur” el disco no le pareció muy bien. Dejar todo en manos de los productores no fue buena táctica. La promoción del álbum le pareció mal enfocada. El camaleón vuelve a surgir. González se encierra en si mismo y registra su disco más radical y personal “El futuro se fue” (1994). Un título tan auto referente como irónico frente a lo que musicalmente la obra presenta. La mezcla perfecta entre Víctor Jara, Los Jaivas, Syd Barret y el acid house.
“El futuro se fue” debe ser el disco más íntimo, autodestructivo y anticomercial de los 90. No hay singles, no hay video clips, no hay promoción. Un suicidio comercial que mucho años después los ingleses de Radiohead ocuparían para el lanzamiento de su cuarta placa “Kid a” (2000). González, algunas maquinas y una guitarra acústica. Ese el formato del disco que se adelanta a lo que hace hoy Gepe en “Quien canta su mal espanta” o hace una relectura a Los Jaivas en el track que lleva el nombre el álbum. ¿Cuántos músicos estarían dispuestos a crear un disco tan honestamente brutal como “El futuro se fue? ¿Cuándo la industria exige ventas millonarias, cuántos interpretes estarían dispuestos a crear una obra sin singles?....pocos o ninguno. González es uno de ellos. “No se queda pegado en una canción o un disco que le dio un lugar en la historia, sino que siempre está reinventándose musicalmente, incluso perdiendo fans u oportunidades. Acá hay tipos sobrevalorados de quienes nadie recuerda más de 2 canciones” sostiene el Periodista autor del libro Maldito Sudaca (Conversaciones con Jorge González, la voz de los 80).
Luego de esta misteriosa obra el compositor desaparece de la escena nacional. Se va a Estados Unidos. Esta vez quiere estudiar sonido y se titula como un excelente alumno. Le da una vuelta a su vida. Se vuelve a inventar. Por esos años crea el proyecto que lo haría merecer de un respeto absoluto entre los músicos electrónicos a nivel mundial. Hablamos de “Gonzalo Martínez y sus congas pensantes” junto al músico Dandy Jack. Los compositores hacen una relectura a viejas cumbias como “La pollera amarilla”, “La piragua” o “Tiburón a la vista” en versiones electrónicas. El trabajo es considerado de vanguardia en Europa, incluso fue número uno y González debió presentarlo en el viejo continente. Se adelantó al fenómeno de la electro-cumbia como “La Mayonesa”. Obviamente la prensa, la cuál no comulga mucho con el compositor, no le dio mucha tribuna a las andanzas del músico por esos años.
Su destino
De la euforia de Los Prisioneros en 1995 a González sólo le quedaban los recuerdos, aunque el trío sonaba igual y más que antes en las radios chilenas. Ese gusto nacional por los que ya no están. El compilado de éxitos y lados b “Ni por la razón, ni por la fuerza” lanzado ese año hizo creer en una reunión del trío. Sólo fueron rumores, salvo el eventual encuentro en la sala de ensayos de Claudio Narea donde tocaron covers.
González quería hacer un nuevo disco que fuera una revancha. Luego del frustrado proyecto de grabar con “Los Dioses”, un trío formado con Miguel Tapia y el venezolano Argenis Brito, el compositor se encierra en la casa de su mamá a registrar “Mi destino” (Confesiones de un estrella de rock) (1999) su disco final, el más redondo. Lo presentó casi a capella en diferentes escenarios capitalinos. Es la obra solista más cercana sonorica y letristicamente al trío de San Miguel. Títulos como “Allende vive”, “Envidia” o el neofolclor de “Corre como el agua” son evidencia de que González creativamente seguía vivo. El larga duración dio muestras de un González renovado, cercano a Los Prisioneros, ácido y a la vez metafórico. Sus ganas de rehabilitarse definitivamente de la drogas frena la promoción de álbum. González viaja a cuba. Públicamente admite su problema, lo enfrenta, sale adelante.
La reunión de Los Prisioneros en el 2001 fue en éxito. Las dos noches a tablero vuelto en el Estadio Nacional demostraron porque la agrupación es la más emblemática de nuestro país. No sólo había público de los 80, si no padres con sus hijos, adolescentes, dueñas de casa, universitario, empresarios. Todos corearon las canciones como si fuesen un mantra. Un rezo. Un himno que va en la sangre de los chilenos. ¿Tendrá algún otro compositor chileno tantos éxitos como Jorge González en el alma de nuestro país? Ni Los Tres, ni Los Jaivas tienes tantos éxitos como González No son 5, no son 10. Superan los 20. Cifra record. “Fácil, tiene 20 canciones en el inconciente colectivo nacional y latinoamericano. Es un patrimonio musical del continente, a la altura, estando vivo, lo que no es poco, de Violeta Parra y Víctor Jara.” Agrega Aguayo.
Durante el rencuentro Los Prisioneros editaron dos discos de estudio, el homónimo (2003) y Manzana con la salida de Narea entre medio. Pese al éxito, González se fue de Chile a radicarse a México cansado de la mala onda de la prensa chilena hacia su persona. En la memoria quedará cuando una periodista le insistió tantas veces al cantante sobre una carta de Claudio Narea que el músico tiró los micrófonos lejos. Aquello sería la gota que rebalzó el vaso.
Relectura.
Sin embargo, González no contaba que su autoexilio le duraría poco, ya que los fans le pedirían que vuelva a Chile a Tocar a la cumbre del rock en el 2007, más aún, una comuna de la Séptima Región, Villa Alegre lo declara Huésped Ilustre amaparado en que la familia del compositor es oriunda de esa zona, específicamente su abuelita Zaida Ramírez y sus tías. De niño, González visitaba Villa Alegre y comía chancho en piedra, como lo relató en la ceremonia del 15 de junio de este año, donde en manos del Alcalde de Villa Alegre, concejales, carabineros (extraño, pero cierto) y músicos locales recibió un hermoso pergamino en honor a su legado musical. El compositor en agradecimiento interpretó tres canciones para los asistentes.
González, por suerte, no sufrió el pago de Chile al que están acostumbrados los artistas chilenos. Si en algún momento la prensa y los fans le dieron de alguna forma la espalda, la historia se encargaría de revindicar los sucesos. En ese contexto Aguayo tiene gran parte, ya que con su libro se puede entender de manera clara quien es Jorge González y su forma de ver el mundo. El mismo músico lo dijo en Villa Alegre. “Los chilenos más que a los reconocimientos estamos acostumbrados a las desconocidas”. Los ejemplos sobrarían, incluyendo en vida a la mismísima Violeta Parra. El ex Prisioneros hoy sigue viviendo en México donde comanda el grupo “Los Updates” junto a su pareja Loreto Otero e invitados. El camaleón musical tiene como objetivo radicarse en Europa donde ya el disco de su nueva agrupación es un éxito llevándolo a tocar en distintas salas del viejo continente.
“Jamás ganaremos la inmortalidad” decía la canción We are south american rockers de Los Prisioneros. González ya se la ganó hace rato.
Por Jaime González
Foto: emol.cl
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